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Afuera las niñas y los niños se desguazaban en el área de recreo -Yuneisy seca, seca, secaso... – pero adentro, iba yo al rescate de Caupolican... a hablar con el alfarero chino, o me llevaba para la casa (sin que nadie lo supiera) una llama que escondía en la maleta. Lo que no supo nunca nadie es que tras la lectura siempre quise encontrar la voz de papá, lejos de mí y obligado a ejercer por años aquel absurdo servicio social como medico en Manzanillo. En sus cortas visitas de vacaciones, papi me contaba historias, juntos leíamos La edad de Oro e imagine mil veces encontrarnos con Martí, para darle la mano como si los tres fuésemos grandes amigos. Metida en esta doble vida de sonaar y creer por mucho tiempo pensé que Milian (el vecino de mi tío) se parecía mucho a Don Pomposo, o que un día cambiaria de pronto mis boticas ortopédicas por una sandalias blancas, que alguien guardaba en un cristal. Cuando una tiene 10 años necesita ser princesa, aunque sea la princesa de la bata rota, por eso leí tres mil veces la historia de Isapí, la niña india; recuerdo que la profe nos dijo –este cuento enseña a no burlarse del otro, por eso no es bueno eso fastidiar a Jesús- que era el gordito más trajín del aula.Mi amiga la bibliotecaria siempre quiso llevarme a concursos y que me casara con Oscarito (su hijo de mí mismo grado) diablillo pelirrojo que al escuchar a su madre decir esto, me sonreía con la complicidad de un animal en celo que intuye lo inevitable, –liebre, deja que té coja- parecía mascullar con sus dientes de conejo. Al llegar a sexto grado trasladaron a la maestra y se acabaron las torticas, ya no había agua fría, mis amiguitas terminaron acompañándome a leer, pero trajeron con ellas su folletin de Corín Tellado. Papá regresó. Jesusito el gordo se hizo freeki, andaban él y Amirkal el negro (su antiguo rival) ahora inseparables, tocando guitarra en todos los recesos.
La biblioteca fue mi primer exilio, un refugio donde encontré amparo para escapar con los libros del aburrido ritual de la suiza y el barullo de los círculos de interés obligantarios. Hoy que muchas de mis amigas andan desperdigadas por el mundo, Chile, España, Miami, quisiera saber donde ha quedado Olguita, la profe-bibliotecaria. ¿Acaso aun les ofrece la tortica con vasos de agua a sus alumnos, es que ahora propondrá a nietos en matrimonio? Prefiero pensar que ella sigue en una escuela cualquiera de la Habana, abriéndole las puertas de la imaginación a otros niños, con aquel libro de mi primer exilio, ese de los cuentos escritos por Herminio Almendros.
GeNeRaCiOn AsErE/Maylin