Sobre el miedo a la profesora de matemáticas

Ahí estaba, oronda como antes... parada en sus trece delante de la caja registradora de la tienda ROSS, Lilian L, mi profesora de matemáticas del 7mo "B", cantándole las cuarentas a su supervisor, igualito que antes hacía a diario con sus alumnos.

Como pasa el tiempo -que de pronto son años- pero esta mujer con sus ojos verdes sanguinolentos de mosquito febril, no se arropa de bondad como es natural a la llegada de la vejez... sino que al contrario va a la carga –como acostum-braba a hacer veinte abriles atrás- contra todo lo que se le pone en frente.

"Le digo que si, una de las copas está astillada, usted tiene que darle la rebaja en el precio a la señora". Dice mi “ex profe” y señala a una atónita cliente que casi a regañadientes, también reclama. El manager, un hombre joven que habla mal el español, asiente en silencio y un hilo de sudor le corre por la frente, mientras -seguramente- piensa en despedir a Lilian tan pronto como termine el incidente.

No me atrevo ahora a saludar a la maestra, mucho menos a preguntarle cómo fue que decidió dejar el magisterio en la Habana, para venir a caer aquí... de cajera de tienda en el mismo corazón de Hialeah. Entre las pausas de su voz ronca de boleadora de Coppelia, trato de recordar algo del pasado, pero lo único que me llega nítido, es el día en que me llevó a la dirección -cómo olvidarlo- para acusarme de fraude y yo, entre hipos y ruegos por su madre, tuve que revelarle que el papel que escondía entre las mangas no era un chivo, noooooo, sino un poema “La Ley de los senos” dedicado a Tania de la Osa del grupo 9no “A” -la niña más linda de la escuela- a quien yo miraba por la ventana todos los días, incluso hasta en los que teníamos pruebas.

A partir de entonces hubo una relación especial entre Lilian y yo, una de esas complicidades incomodas pero firmes, como la del cura y el pecador confeso. La profe siempre guardó aquel "secreto de confesión" y aunque mi poema era medio pornográfico -según sus propias palabras- no hubo medidas disciplinarias y nadie habló del suceso, a pesar de que continuamos siendo desde la primera hasta la última clase “enemigos declarados”, porque a ella le molestaban mis pantalones tubos y el letrero de Led Zeppelín en mi maleta... y a mí, sus chillidos de cólera y la mismísima esencia de las matemáticas.

Pues bien, ahora mismo aquí parado, mientras guardo prudentes distancia de mi ex maestra, comienzo a entender poco a poco y desde esta lejanía, que es lo que sienten los castigados cuando de repente un día, se tropiezan en plena calle con sus verdugos.

GeNeRaCiOnAsErE/tony. Julio/2007