La distancia que hay entre el exilio y el cariño de los padres.

Mi padre nunca quiso comprar ropa o comida en la bolsa negra, por eso me pasé la adolescencia con huecos en los tenis y un solo par de zapatos, comiendo de la libreta y frente a la puerta del refrigerador... a la búsqueda de un pedazo de algo que casi siempre acababa con un buche de agua, o lo que es lo mismo, de nada.
En mi casa todos querían que yo fuese un joven vanguardia, y los complací por un tiempo, pero por ello tuve que pagar el precio de convertirme en disidente de mi propia familia.
A veces pienso que si un día regreso a mi casa (en Cuba) puede que me quieran convertir otra vez en niño, para obligarme a obedecer, a callar y hasta dejarme secuestrado por allá. Es una pesadilla, lo reconozco, pero tan pronto como cuando pienso que las manos de mi vieja vuelven a acariciarme la frente, me doy cuenta que si es cierto que una madre es siempre madre, tampoco un hijo deja nunca de sentirse ante ella como un chama.
Yo le perdono a mis padres que me mintieran con todas sus "verdades", y el tener que descubrir por mi mismo que el mundo "real" es muy diferente al que me habían contado, pero lo hago sin estar seguro de que ellos al final me perdonen a mí, ser 'hijo' de mi tiempo, haber elegido la distancia -del exilio- para continuar queriéndoles, sin que ambos nos hiciéramos daño.
Por cierto, si hay algo que no entiendo aquí, es como padres e hijos podemos ser tan diferentes pero a la vez tan iguales, ¿Cómo es posible esto de quererse tanto, sin apenas entendernos nada?

GeNeRaCiOnAsErE/tony.