la misma luna.

Las casitas se alinean tranquilas, unas al lado de las otras en su irremediable urbanidad. Por la ventana silente vemos a una madre gritándole a sus hijos y manoteando; por la otra un viejo parece mirar a la luna colgada, o colgarse de ella con un guiño para alcanzar al rostro de su mujer amada.

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Kilómetros de cables “eléctricos” que parecen tener todo amarrado o previsto, no hay “causalidades”, la noche de este lunes se parece al de la semana pasada. El hombre blanco saluda al hombre negro, el negro saluda al blanco y hasta sonríen. Al hombre gris no lo saluda nadie, porque detrás de su peldaño solo queda la miseria, por eso guarda para sí mismo un saludo en otro idioma, con las manos apretadas. El hombre gris es invisible y tan pequeño como su pobreza. Lo quiere todo porque viene de abominar la nada.

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Todos se cobijan esta noche en sus casitas de colores. La abuela mira la novela y el niño juega con su carrito de bomberos. El oficial se quita el uniforme y es otra vez padre, hermano, hijo, victima de su propio sueño.

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Mientras uno se mira al espejo; la vida llega y se va por los cables, acaso la fantasía se esconde detrás de cada cortina, revive en una historia secreta que espera a ser vivida. Algunos suenan, odian, envejecen, callan, otros cruzan la frontera o van a la guerra, hay quien se come un cable pelado en la mono- tonia y cada trama es un plan certero para mantenernos ocupados. No puede ser casual.

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El sentido del orden puede funcionar para mucha gente. A mí me adormece un poco, pero sin embargo cedo en orden, vivo, muero... saludo a mi cara cortésmente en el espejo y guiño un ojo a la noche para irme a dormir.

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Hay un joven durmiendo en un carro. Todo cambia para él; no hay amparo, solo puede vivir en movimiento, bajo la misma luna que cuelga sobre todos los sombreros. Las casitas se alinean tranquilas y pasan de largo, como un film sobre el pasado.

Él tuvo una mujer un día, anclada entre tejas de color terracota.

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GeNeRaCiOn AsErE/alberto