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20 de julio de 2007

On viernes, julio 20, 2007 by GeNeRaCiOn AsErE in    No comments
Heme aquí una de estas noches calurosas de Miami, en un back yard cerveza en mano, tratando de explicar a mis hermanos “cubanamericans” que cosa es la maleta de palo y por qué cuando uno habla de ella se pone tan triste.
Según cuentan, entre los primeros que llegaron a nuestra isla con maletas de madera fueron los gallegos y canarios, que desde sus aldeas rudas cruzaban el atlántico atesorando en su interior alguna que otra foto, acaso dos mudas de ropa y un turrón que su gente le envolvía para engañar al hambre de un largo viaje sin regreso.
De otro viaje ‘al pasado’ viene mi historia...
Solo un día antes de marchar a mi primera escuela al campo y casi de milagro, mami pudo comprarme una maletica, se la vendió a Orlando (el bodeguero de la esquina) un hombre de vocación, quien luego de que le intervinieran su negocio siguió allí (como empleado simple) hasta su retiro, casi a fines de los 90’s.
Ya en el albergue “La Fe” de Guira de Melena, recuerdo abrir mi equipaje por vez primera y sentirme desamparado de Ipso facto. Ah, me entró con una nostalgia del carajo... puedo ver aun aquellas golosinas que la vieja me había puesto para pasar la semana y el orden de las cositas como si fuera hoy mismo, en una esquina las compotas rusas y a su lado aquellos tamales de lata– de cuyo sabor no quiero acordarme- en el medio arriba la ropa de trabajo, detrás la cobita de salir y al final, una jaba pequeña compuesta de
· jabón NACAR,
· la pasta perla con su cepillito
· un espejo portátil del viejo, que siempre me encomendaba le cuidase, hasta que un día (por supuesto) le jodí sin querer.
Aquel primer “cofre” era tan chico que solo me duró un par de semanas, pero una de esas tardes de Lola en punto, apareció papá con el MALETON nuevo. ¡Qué swing! Mi nombre grabado en el medio (TONY) con letras que intentaban copiar a la SONY (un poco cheo hoy) pero vaya... era aceptable para la onda de aquellos tiempos. Desde ese día, cada invierno de los seis años siguientes viajé 45 días al campo con mi entrañable baúl AZUL.
A decir verdad, el tosco armatoste resistió sin un rasguño todos los viajes, fue una suerte de samurai funcional... aroma de cedro mezclado con los olores de barra de guayaba, las mudas limpias revueltas con las sucias y así, según se iba la semana se acababa todo: la jamo-nada, las compotas y la raspadura que me conseguían en la casa para esquivar la diaria hambruna. Que tiempos aquellos...
Mi maleta de madera fue también testigo de otros cambios, de las modelos de revista (colgadas en la tapa) a las novias de verdad, de la masturbación al sexo, de la tumbadora de ‘Era una noche de luna’ a los drums de LED ZEPPELÍN. Los guateques de la secundaria siempre fueron a escondidas del Director, porque según EL, la indisciplina y el diversionismo eran conductas que no cabían en la mente del hombre nuevo.
Es curioso como el estado general del país se reproducía en aquellas escuelas al campo, donde la mayoría de los alumnos (y salvo raras excepciones) actuábamos a espaldas de los profesores, entre nosotros éramos culpables confesos, pero ante su vista nos declarábamos santos inocentes.
Ahora que vivo lejos de mi tierra y que ya no tengo las golosinas de mami, ni las sorpresas del viejo, pienso que cada inmigrante debía hacer la historia de su maleta.
Me pregunto si aquellos españoles viajeros (incluso nuestros abuelos) habrán hecho en silencio algún réquiem a sus baúles viejos, como más tarde hicimos los cubanos que escapamos al exilio cargando con nuestra cubanía a cuestas.
Hoy lo único que conservo son dos o tres fotos y los pasajes imborrables de mi infancia, como ese olor a raspadura que a veces aun regresa a mi memoria para endulzarme las noches de este exilio, donde termino mi cerveza en compañía de amigos nuevos, tan lejos de mi casa pero a la vez tan cerca.


GeNeRaCiOn AsErE/tonygm